lunes, 18 de octubre de 2010

Cabeza de león, cola de dragón.

Embriagado por la fragancia desprendida del cuadro pareció encenderse una luz en mi cerebro. Intenté seguir esta luz que acababa de invadirme. Me volví y observé en el dosel el mismo dibujo que había visto en la puerta de acceso al dormitorio. No podía pensar bien. Mi pensamiento volaba a una velocidad que producía vértigo. La habitación comenzó a girar a mi alrededor. Se inundó de luz, de repente y pude ver cada rincón, cada detalle con exactitud. Bajo mis pies, el suelo estaba alfombrado de pétalos  que desprendían diferentes olores. Podía ver como hilos de vapor subían hacia mi y me invadían. Secuestrado por tales sensaciones me dirigí hacia la chimenea de mármol blanco. En el frontal sobresalía la cabeza esculpida de un león de melena rizada con la boca entreabierta. No sé, impulsado por qué, metí una mano en la boca del felino. El suelo cedió bajo mis pies. Por suerte la caída no fue muy dura. Cuando me recobré del golpe que sufrió mi trasero, vi que me encontraba en un pasadizo oscuro. No podía ver casi nada. Los olores anteriores habían desaparecido y ahora un olor penetrante a azufre me quemaba las fosas nasales. Alargué los brazos hacia arriba para intentar salir por donde había caído, pero solo pude rozar con la punta de mis dedos la abertura circular. Palpé a mi alrededor. En un lateral había una especie de capitel. Intenté empujarlo hacia el lugar en el que mis posaderas habían dejado su marca. No pude. Pesaba demasiado. Me arrodillé y ayudándome con los pies sobre la pared lo moví unos centímetros. Así varias veces hasta que conseguí situarlo. Me subí encima. Por suerte mis brazos eran fuertes y de un impulso salí del agujero. Pensé que de nuevo me estaba metiendo sin saberlo en algún lío. Volví a meter la mano en la boca del león y el suelo se cerró.

Ya en mi habitación de forma más tranquila rebusqué de nuevo entre mis recuerdos. Allí estaba la foto con Matías mostrando la sortija. Con una lupa pude ver el grabado: dos triángulos superpuestos como dos puntas de flecha. El mismo dibujo del dosel y la puerta. Era increíble. Tal vez se tratara de una coincidencia. Tenía que comprobarlo a pesar de todo. Marqué el número de celular de Matías. Quería saber si conservaba la sortija. Habían pasado muchos años. Un hormigueo recorrió mi espina dorsal.
 No había nadie. Dejé un mensaje:

-.Hola Matías. Supongo que debes estar en alguna de tus conferencias. Llámame cuando puedas. he de contarte algo que te va a sorprender...

miércoles, 13 de octubre de 2010

Matías

Los ojos de Matías eran tristes, muy tristes. Los más tristes que recuerdo. Oscuros. Tan  oscuros que daba miedo mirarse en ellos. Contrastaban enormemente con la palidez de su rostro. Era hijo de la noche. Su madre lo engendró un día de Luna Nueva. Nunca se supo del padre. Cuando se quedó embarazada no se escondió como el resto de madres solteras. Había varias con hijos sin padre. Pero esas no salían a la calle y escondían su vergüenza. Amalia, que así se llamaba la madre de Matías, presumía de su embarazo. Decía que el padre de su hijo vendría a buscarla para llevarla con él. Dicen que era tan hermosa que los hombres quedaban embrujados por su belleza . Las verdaderas viejas brujas del pueblo la maldecían por lo bajo y escupían a su paso.  Una noche de luna llena desapareció. Dicen que la vieron dirigirse al bosque y que, una vez dentro, trazó con una rama un círculo a su alrededor y entonó un canto que asustó a los animales que vivían en esos parajes. Quien la vió dice que lo hizo por casualidad. Había salido a cazar aves nocturnas. Oyó un ruido de pisadas de ojas secas. Se asustó pensando que era el guardia forestal y se escondió tras una haya. Desde allí lo vio todo. Vio como la mujer se desnudaba a la luz de la luna. También vio como brillaban sus pechos erguidos y abiertos como ramos de jacintos. El círculo se llenó con una luz roja que en un momento le cegó los ojos. Cuando los abrió la bruja había desaparecido. Corrió como alma que lleva el diablo a refujiarse en la Iglesia. Guardó silencio durante años. Pero una noche bebió más de la cuenta y con los vapores del alcohol se le soltó la lengua. Nadie le creyó en ese momento. Cuentos de viejo borracho.

Tal vez por todo eso la mirada de matías era tan oscura y triste. Había crecido oyendo todo tipo de especulaciones. Unos decían que había escapado con su padre, que era un preso político, evadido de la cárcel. Que en su huida a América, no quisieron cargar con un niño. Otros que el padre era un joven hermoso que un día se cruzó con ella y a la sombra de los árboles consumaron el hecho. La verdad se supo muchos años después. Amalia había sido violada por el hijo del alcalde y cuatro amigos más en noche de borrachera. Los cinco murieron esa misma noche en accidente de tráfico.

Una mujer madura que no tenía hijos se hizo cargo de Matías. Intentó como pudo que el niño fuera feliz. Lo consiguió a medias. Durante dos años fue un niño uraño y meláncolico. Caminaba pegado a las paredes. Tenía miedo del sol. Sólo jugaba con nosotros al atardecer. Cuando viajábamos por las alcantarillas él no necesitaba antorcha. Sus pupilas se dilataban y podía ver en la oscuridad. Se adelantaba siempre a todos. Se le podía ver por su extrema palidez. En la oscuridad ya no tenía miedo. Se quitaba la ropa y dejaba que su cuerpo se llenara de la luz blanquecina de la luna que se filtraba por las juntas aún no soldadas.

El fue el que encontró la alaja que llevamos a Zacarías...

viernes, 24 de septiembre de 2010

LA MISTERIOSA DAMA III

 Al día siguiente me encontraba mucho mejor. Pero a pesar de eso..."No puedo creer que todo haya sido un sueño. Era demasiado real. La dama del cuadro parecía ser la misma dama misteriosa de la playa. Tengo que volver a verla. El retrato era tan realista...la cama estaba aún caliente". Estos pensamientos se repetían una y otra vez. Una gran ansiedad se apoderó de mí. Aproveché que Eliseo no estaba para levantarme. Al hacerlo me mareé. Aún me dolía un poco la cabeza. Cojí una caja que guardaba al fondo del armario de mi dormitorio. Desaté la cuerda con que estaba atada y saqué un fajo de fotos. Busqué la que necesitaba. Mi mente no podía encontrar una explicación. Esa foto fue tomada hace dos años. No podía ser que parte se hubiera borrado. Era todo tan extraño. Yo juraría que en la fotografía salía la señora con su sombrilla. ¿Sería todo fruto de mi mente? Llevé la foto al baño y la sumerjí en agua tibia. Tal vez el revelado no había fijado bien, tal vez, no se aclaró y los restos de revelador borraron la imagen. Al mojarla se veía como una sombra alargada en un lateral. De fondo el mar. Puse a secar la la foto.  Y me vestí.


Al entrar en el palacio tuve la sensación de que entraba en una cámara frigorífica. Una luz blanquecina se filtraba por los ventanales. Abroché la cremallera de mi cazadora y me dispuse a bajar las escaleras que conducían al primer sótano. Con la linterna encendida me dirigí hacia la puerta. Empujé pero ni se movió. Alguien había cerrado con llave, la busqué pero no encontré nada. Volví a subir a la primera planta. En un mueble adosado a la pared había un juego de llaves. Pensé que tal vez alguna valdría. Me dirigí al sótano, pero algo me detuvo. Oí un ruido al otro lado del pasillo. Parecía provenir de detrás de la puerta de la sala principal. Entré pero no ví nada. Me volví para salir y de nuevo oí el ruido, esta vez más claramente. Parecía el llanto de una mujer...me dejé guiar por mi fino oído. El llanto parecía venir de detrás de una puerta al fondo. Al intentar abrir comprobé que estaba cerrada. Probé con el manojo de llaves y voilé... conseguí abrirla. La empujé suavemente, a pesar de ello chirrió un poco. Al hacerlo el llanto de la mujer dejó de oirse. Terminé de abrir y me encontré en otro dormitorio similar exactamente igual al del sótano. Mi primer impulso fue ir a tocar y comprobé que esta también estaba caliente. El cuadro que colgaba frente el dosel era idéntico. La misma dama. Pero había algo distinto. Mientras que en la de la estancia del sótano se apreciaba una belleza inmaculada, en este el rostro aparecía con un toque de tristeza. Una lágrima caía del ojo izquierdo. Parecía tan real. La toqué y mi dedo se mojó. Me lo llevé al olfato y comprobé que olía a una fragancia embriagadora

lunes, 20 de septiembre de 2010

Isabel y Fernando

Isabel y Fernando. Los Reyes Católicos, como nos gustaba llamarles. Dos hermanos gemelos tan iguales que, a veces, nos gastaban bromas y se hacían pasar el uno por la otra y viceversa. Llevaban el cabello rubio dorado. A veces me gustaba mirarlos detenidamente para intentar descubrir las diferencias que podrían hacerlos distintos y terminaba mirando como los rayos del sol se reflejaban en su pelo y le hacían parecer hecho por hilos finos del mejor oro. Con el mismo corte muy ambiguo. Sus ojos eran claros y cambiaban de color según la luz del sol. Unas veces eran verdes claro y otras de un turquesa, que parecía que los hubiera tallado un joyero artesano.Su madre, supongo que para ahorrar tiempo y molestias a la hora de vestirlos, les ponía la misma ropa, con lo cual eso nos despistaba aún más. Lo mismo que intercambiaban sus personalides, cuando crecieron fueron intercambiando sus hábitos de juego y comportamiento.

Isabel jugaba con nosotros al fútbol. Era ágil y veloz. Los demás chicos se metían con ella. La llamaban marimacho. En alguna ocasión tuvo que emplear sus puños para defenderse de tales ataques homófobos. Así fue como la conocimos. Nos la encontramos enzarzada en una pelea. Ella y Matías se estaban pegando tirados en el suelo, con el pelo enmarañado y llenos de arañazos. Se estaban peleando por un gol que Matías decía que no había sido. Le dijo que se fuera jugar con su hermano, el mariquita, a las muñecas. Nada más oir esto, Isabel se volvió y le propinó un derechazo que le hizo caer al suelo. Inmediatamente se avalanzó sobre él y los dos rodaron por una pendiente yendo a caer a un charco de agua embarrada. Esto no les detuvo y siguieron pegándose como dos muchachos que disputaran por una chica. Así me los encontré.
Con el tiempo se harían amigos inseparables.

Su hermano estaba sentado a la sombra de un árbol. En su regazo acunaba una muñeca mientras cantaba una canción preciosa. Su voz sonaba angelical. Me acerqué a escucharlo y me olvidé inmediatamente de la pelea. Al verme de cerca levantó la voz y cantó la melodía de tal manera que el tiempo pareció pararse. Los pájaros que había en las ramas del árbol dejaron de trinar. Soplaba el viento y se paró. El sol resplandeciente, envidioso se ocultó tras unas nubes, que no sé de donde salieron pues el cielo estaba despejado. Cuando terminó su canto por un momento pude notar el silencio y la quietud que reinaba en el entorno. Pude ver como Matías e Isabel estaban abrazados sin importarles el agua sucia y llena de barro que empapaba sus ropas. Con la cara sucia por el barro sonreían embelesados ante tanta belleza sonora...

sábado, 4 de septiembre de 2010

Eliseo

El día de mi doce cumpleaños me levanté más temprano de lo habitual. Estaba un poco agitado, nervioso. No quería que nadie se me adelantara para ir al baño. Me miré en el espejo y observé muy despacio mi cara. Miré mis pobladas cejas, mis oscuras y largas pestañas seguían en su sitio. Los labios gruesos seguían igual que la noche anterior. El bigotillo incipiente, como una sombra. Los ojos tenían la misma profunda oscuridad. No había ningún cambio. Me bajé los calzoncillos, mi pene seguía del mismo tamaño. No vi asomo de vello en mi pubis.
Me habían mentido. Llevaba años oyendo como cuando llegara a los doce mi cuerpo empezaría a cambiar. Nada. Me desnudé por completo, subiéndome en un taburete para verme en el espejo del lavabo. No observé ninguna variación. Seguía teniendo las piernas flacas y largas. Levanté los brazos y miré las axilas. No vi nada. Estaba tan nervioso y disgustado que pasó un buen rato hasta que vi el espejo de mano. Lo tomé nervioso, las manos me temblaban un poco, me lo coloqué entre las piernas, levanté los testículos y allí estaban. Los primeros vellos negros y duros. Era tal mi alboroto que resbalé, y al agarrarme al lavabo el espejo cayó rompiéndose en dos. Vi mi cara reflejada en él con un corte que me atravesaba la cara. -Dios, mi hermana me matará por esto. -pensé. Tenía que hacer algo. Me puse a pensar. Salí al pasillo y lo envolví en papel de peródico. Miré en un cajoncito de la entrada. Mi madre siempre guardaba monedas sueltas. Tal vez alcanzara para un espejo nuevo. Las cojí. Fui a mi habitación y me vestí rápidamente. Era martes y los martes ponían el mercadillo en la plaza. Rápidamente salí sin hacer ruido.
Los primeros puestos del mercado estaban abiertos. Busqué, busqué y no ví nada. Estaba desesperado. Pronto mi hermana se levantaría...
-Te puedo ayudar...-oí a mis espaldas
Al girarme me encontré con los ojos más penetrantes que nunca había visto.  Tan hechizantes...Un escalofrío recorrió mi espina dorsal. Eran dos Esmeraldas tan bellamente talladas...la imagen de la virgen Macarena, las verdes piedras preciosas que adornaban su pecho... Me quedé mudo.
-Te pasa algo?-preguntó. Era un muchacho bellísimo. Su cabello caía finamente sobre los hombros como filamentos de fino oro. Era mayor que yo. Por lo menos tendría trece años. La piel de su cara era rosada, como nacarada. Ni una pequeña sombra manchaba tal perfección.
Le mostré el espejo roto.
-Tienes otro igual?-pregunté
Al cojerlo su mano rozó la mía y un remolino turbulento recorrió mis venas. Me asusté, no sabía que estaba pasando. Temía que de un momento a otro echaría a correr y así fue. Mis pies volaron y cuando me quise dar cuenta estaba en lo alto de una loma desde donde se veía el mercadillo. Me sentía aturdido y me dejé caer sobre la hierba verde. Otra vez la palabra verde. Lloré sin saber por qué...

jueves, 2 de septiembre de 2010

La misteriosa dama II

Con tan poca luz no podía distinguir bien la pintura. La curiosidad me tentó y me acerqué dando un traspiés, para no caerme estiré los brazos buscando un apoyo, choqué contra un reborde de la pared y al hacerlo oí un ruido como de ruedas viejas de carruaje. Giré hacia el lado del que venía el sonido y pude ver como en la pared izquierda se habría un hueco del que salía una suave luz azulada. Me dirigí hacia ella muy despacio y  me di cuenta que era una especie de ventana. Desde ella se veía al fondo una playa blanca que brillaba como  si los granos de arena fueran diminutos diamantes. De repente apareció por un costado una sombrilla de encajes, era la mujer de la playa. Lentamente se giró y pude ver su rostro, era la dama del cuadro... De repente ...me desperté con la frente empapada en sudor. Me dolía enormemente la cabeza. Estaba en una cama que no era la mía. A mi lado izquierdo estaba Eliseo. Con sus dos manos agarraba la mía. -Menudo susto nos has dado.-dijo.-  ¿ Cómo se te ocurrió bajar a los sótanos sin una linterna ? Te has golpeado contra un muro de piedra. Me contó que uno de los peones de la obra, me encontró desvanecido al pie de una puerta. -Viste la estancia?-pregunté. -¿De que estancia me hablas ? preguntó él. -Abrí una puerta y descubrí una especie de lugar secreto. Había un cuadro de una mujer muy hermosa... -Calla tienes que descansar. Has estado delirando. Hablabas de una señora, un cuadro..pero habrá sido fruto del golpe...

lunes, 30 de agosto de 2010

La misteriosa dama


Hacía tiempo que no paseaba por la playa. Las últimas semanas había estado muy ocupado y salía muy tarde del trabajo. La reducción de personal causaba la acumulación de faena. Era muy agradable trabajar en la restauración de obras de arte, pero agotador. Cada día tenía que dedicarle más horas. Teníamos que trabajar duro si queríamos que el palacio quedara listo a final de año. Llevábamos trabajando en él cuatro largos años. Cuando me ofrecieron el trabajo no pensé que sería tan duro, ni que tendría que dedicarle tantas horas. A pesar de todo estaba feliz. Trabajaba en lo que más me gustaba y rodeado de verdaderas joyas de la pintura y la escultura. Pero lo que más me llamaba la atención eran las telas antiguas. Los brocados, tafetanes, crepés, cretona, damasco, moaré, shantung y tantas otras. Me trastoca su tacto, el olor que desprende cada una de ellas. Las acaricio y noto como si ellas me cariciaran a mí. Cierro los ojos y casi puedo ver a las personas que las poseyeron antaño. Recorro con mis dedos los hilos de oro que con tanta maña bordaron otras manos. Esto me distrae bastante de mi trabajo, pero me viene bien pues me llena de energía e inspiración para el momento en que mis manos guian los pinceles, las espátulas en las pinturas y los cinceles, buriles y demás en la escultura. 


Ayer bajé al sótano donde se acumulan los trastos viejos. Necesitaba encontrar algún trozo de madera antigua inservible para hacer una prueba cromática. A medida que bajaba los peldaños de mármol, iba notando como disminuía la temperartura. Por un momento sentí como se me erizaba el vello. Un olor a humedad me invadió y rodeó todo mi cuerpo. Me costó abrir la puerta al final de la escalera. Era de madera gruesa de roble, maciza con forja de hierro oxidado, los clavos eran grandes, formando un dibujo geométrico, que no reconocí. Al abrir sentí como si una voz al fondo de la estancia me llamara. Di un salto al sentir una rata correr cerca de mis pies. Siempre me habían repugnado estos animales, me parecían hechas por el demonio. Busqué en la penumbra algún halo de luz, pero no ví nada. Cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad me di cuenta de que me había equivocado de sitio. Para mi sorpresa vi que era una especie  de dormitorio.A pesar de que parecía abandonado mantenía una limpieza libre de polvo y cualquier tipo de suciedad. Como si alguien se ocupara de mantenerlo así. No era posible ya que no había nadie viviendo en el Palacio. Sobre la cama una colcha arrugada en un borde, dejaba entender que alguien se hubía sentado hacía poco. Toqué la tela y me sobresalté. Aún estaba caliente. Mis ojos se posaron inmediatamente sobre un cuadro colgado en la pared, frente al dosel. Era un retrato de una dama muy hermosa...