martes, 23 de noviembre de 2010

La voz Obiajulu

.-La respuesta a tus preguntas está en tu interior.- Retumbó en mi cabeza.

Era la voz de mi amigo, de mi querido amigo Obiajulu. Me decía que tuviera el valor de mirar en mi interior. Hacía mucho tiempo que no miraba hacia dentro. Mi corazón dañado no admitía más cristales rotos. Me costaba entregarme, me costaba querer. Un escudo infranqueable se fue creando alrededor mío. Me estaba cerrando en una prisión de acero. Eliseo tenía razón cuando me decía que debía confiar de nuevo. Que yo no tenía nada que ver con lo ocurrido. Que fue cosa del destino. Que si ocurrió fue porque estaba escrito.
Pero yo no creía que fuese verdad. El destino lo vamos creando poco a poco con nuestros actos. No hay nada escrito. El destino se puede cambiar. El destino no existe. El destino varía. La realidad vivida por mí no era la misma realidad vivida por ninguno de los otros cuatro. Me quisieron convencer que no fue por mí por lo que Zacarías había tomado aquella fatídica decisión.

De repente apareció Eliseo, que me protestó por estar aún levantado. Aunque no tenía ni pizca de sueño no me quedó más remedio que acompañarlo a la cama.

Cuando desperté oí risas que venían del porche. El lado donde dormía mi amor estaba vacío y frío por lo que supe que hacía tiempo que se había levantado. Abrí la ventana para mirar y sentí un escalofrio que me hizo retroceder.

Cuando entré en el baño me encontré la bañera llena de agua caliente y sales olorosas. Nunca pude entender como se las apañaba Eliseo para saber lo que me apetecía en cada momento. El largo baño tomado me alivio la resaca y el desayuno a base de zumo de frutas, té rojo y pastas de cereales acabó por despejarme.

Teníamos por costumbre la mañana del Sábado dar un paseo por los alrededores. En esta ocasión no me olvidé de mi cámara réflex. No quería perder la ocasión de fotografiar a mis queridos amigos todos juntos. Hice cargar a los gemelos con el trípode para sacar fotos de los cinco juntos.

El paisaje era espectacular.La Cordillera Cantábrica al fondo. El día estaba despejado y se podía ver la silueta que este sistema montañoso forma, donde dicen que se refujiaron los Cántabros para protejerse de las Legiones Romanas. Al otro lado el mar Cantábrico suele golpear con fuerza queriendo romper esta barrera que impide el paso al interior de la península.

La mañana pasó pronto y nuestros estómagos empezaron a protestar pidiendo alimento. Nos acercamos a la posada de Bertu. Este nos recibió con la amabilidad a la que nos tenía acostumbrados y nos agasajó con un menú a base de anchoas y Sorropotun de Cantabria, un guiso de atún con patatas rojas, que puso a callar a nuestros estómagos. Terminamos con tomar arroz con leche que era la especialidad de la casa. A la hora del café ya nos habíamos acomodado y parecía que no había pasado el tiempo. Las conversaciones eran fluidas y el ambiente tan agradable que me olvidé por completo del motivo por el que nos habíamops reunido.

Bertu era un virtuoso del piano y nos amenizó tocando melodías tan bien interpretadas que, Fernando, bueno ahora Isabel nos deleitó con su voz. Fue un momento mágico. Me hizo regresar al momento en que nos conocimos.

La tarde cayendo estaba y con mucho pesar nos despedimos de Bertu. El regreso fue muy silencioso. Aunque no lo habíamos hablado todos sabíamos que llegaba el momento de sacar a la luz los fantasmas....

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Un amor no correspondido

Los primeros en ir a dormir fueron los gemelos. Les siguió Eliseo que se encontraba cansado por haber conducido varias horas.
El fuego del hogar era muy agaradable a aquellas horas de la noche. Las luces de la casa estaban apagadas. Nos alumbramos con velas y el resplandor de la hoguera.
Matías estaba placidamente recostado en un sofá de capitoné de color burdeos. Llevaba una bata de terciopelo estampada con letras chinas. Era un poema.

EN LAS MONTAÑAS, A UN AMOR PERDIDO

No advertí tu leve paso

en las aguas arrugadas de mis sueños,

el amanecer azul del rio

mezcló tus pies transparentes

con las hojas doradas del otoño.



¿Me habrías amado ciegamente?

¿Habrías lavado tus cabellos

en el vino oscuro de mis labios?



Ya sólo te puedo ofrecer el viento de mi amor

y la blanca canción de mis huesos helados.



Wang Bai-Yi (681-752)

(Traducción: L. Tamaral

Me sentí muy feliz observando la belleza de mi amigo. Su piel de un blanco nacarado relucía al resplandor de las llamas. En la mano izquierda sujetaba una copa de vino tinto. El color de este vino se fundía con el de sus labios que contrastaban aún más en la penumbra en la que nos encontrábamos. Hubo un fugaz momento en el que me miró profundamente y creí vislumbrar el nacimiento de una furtiva lágrima que rápida y disimuladamente secó con la mano derecha. Al hacerlo me fijé que llevaba puesto el anillo que le regalé en su dieciocho cumpleaños. Yo siempre supe de su silencioso amor por mí. Un silencio que nunca se había roto. Parecía haber un pacto entre los dos del que nunca habíamos hablado. Siempre había estado claro que mi amor por él sólo era filial. Precisamente lo que me hacía quererlo más era el respeto con el que él se comportó siempre, en relación a este tema. Yo siempre estuve enamorado de Eliseo. Desde el momento en que lo vi por primera vez en el mercadillo.
Lentamente depositó su copa sobre la mesa velador, se incorporó tan suavemente como lo haría un angel flotando sobre la alfombra. Pasó suavemente sus manos sobre mis hombros y, sin decir nada, le vi desaparecer al final de la escalera que llevaba a los dormitorios.
 
Me quedé solo viendo como las llamas de la chimenea bailaban una danza imaginaria con las sombras que ellas mismas proyectaban. Me levanté para tomar la última copa. Me gustaba hacerlo a solas conmigo mismo y mis pensamientos. Sobre la mesa de comedor seguía la cajita donde se guardaba la alaja encontrada hacía tantos años. Sabía que todos esperaban que fuera yo quien la abriera y así lo hice. Al abrirla un rayo de luz inundó la estancia y me cegó por un momento. De nuevo sentí como si la alfombra se moviera bajo mis pies, La sala giró a mi alrededor y me vi de nuevo en la misma playa dorada donde mi amigo Obiajulu sembró una lágrima...

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Cambio de sexo

Cuando isabel y Fernando se volvieron para saludarnos, comprendí la unión tan perfecta que siempre había habido entre ellos. Estaban bellísimos los dos. Hasta pasado un buen rato no me di cuenta de la realidad. Era tal la perfección en sus rostros que era casi imposible averiguar quien era quien. Sólo observando detenidamente sus miradas, los que los conocíamos podíamos saber la verdad. Tanto isabel como Fernando habían nacido en un cuerpo cambiado. La delicadeza de uno se complementaba con la rudeza de la otra. Con el paso de los años se habían hecho más iguales. Habían llegado a un punto en el que no se sabía quien era quien. Físicamente eran perfectamente iguales. Sólo podías ver las diferencias si los encontrabas desnudos. Cosa que nunca ocurría. Se guardaban mucho de mostrarse sin ropa ante nadie que no fueran ellos mismos. Cambiaban sus papeles tan amenudo que ya ni nos molestábamos en intentar saber quien era una u otro. Los aceptábamos como si fueran uno solo.

Ahora se les veía más felices que nunca, porque ahora si había una diferencia. Ella se había convertido en él y él en ella definitivamente. Había sido una operación de cambio de sexo complicada pero eficaz. Se trasplantaron mutuamente y consiguieron corregir el error cometido por la naturaleza. Pero seguían tan unidos como siempre y era muy difícil que nadie se acercara a ninguno de ellos sin la aprobación del otro.

Se acercaron a nosotros y los cinco nos fundimos en largo y caluroso abrazo. Volvíamos a ser los mismos. Hasta Eliseo me transmitió el amor que tanto echaba yo de menos.

Fue una velada muy agradable. Isabel, la auténtica, preparó una de sus especialidades y lo regamos con un Marqués de Cáceres. Nos bebimos tres botellas entre los cinco, lo que hizo que fluyera la comunicación entre nosotros como si no hubiera pasado el tiempo. Recordamos viejos tiempos y llegado al punto del motivo por el que nos habíamos reunidos todos permanecimos un buen rato en silencio sin atrevernos a decir nada. El recuerdo de Zacarías pesaba demasiado...
El primero en romper el silencio fue Matías. Sacando una pequeña caja de uno de los bolsillos la depositó sobre la mesa. Ninguno se atrevía a abrirla.