miércoles, 27 de octubre de 2010

EL REENCUENTRO

Hablé a Eliseo acerca de mi cita con Matías. Lo que no le conté fue que había quedado con él para hablarle del asunto que me tenía en vilo. Matías poseía una de las mentes más lúcidas que yo conocía y era un experto en sucesos paranormales. Nadie como él para encontrarle sentido a lo que me estaba ocurriendo. No en vano llevaba años recorriendo el mundo hablando de este tipo de casos. Estaba seguro de que podría ayudarme. No le puse en antecedentes, sólo le pedí que trajera el anillo que encontramos cuando éramos adolescentes. Por suerte aún lo conservaba.

En el último momento Eliseo dijo que me acompañaría. Que había pedido el día libre en el Geriátrico. El también tenía ganas de ver a Mati. La noche anterior me acompañó en mi borrachera y me hizo el amor como hacía mucho. Tal vez el revivir momentos de tiempos en los que fuimos inmensamente felices le puso eufórico o talvez fue producto del alcohol. 

Decidimos ir en su coche. A mí no me gusta conducir y aprovecho siempre que puedo para ir en el asiento de al lado. Habíamos quedado para pasar el fin de semana en la casa que Mati posee en la montaña. Estaba situada en una  loma con unas vistas impresionantes a un valle.


Cuando llegamos estaba atardeciendo. El sol se estaba ocultando. Los débiles rayos que desprendía se reflejaban sobre los ocres y amarillos de las ojas caídas de los árboles y de las que aún luchaban por permanecer en las ramas. Era un espéctaculo maravilloso ver los colores del otoño. Los árboles se desnudaban y dejaban caer sus hojas como dorados copos de nieves. Como el confetti de una fiesta de bienvenida. Era como si la alegría que sentíamos por ver a nuestro amigo se la transmitiéramos a la naturaleza y esta nos lo agradecía saludándonos  a nuestro paso.

Bajo el porche pude distinguir la figura de nuestro amigo. A pesar de no lucir ya el sol, llevaba unas gafas oscuras para proteger sus ojos. Esos ojos, que en más de una ocasión nos habían salvado de caer en alguna trampa. 

Nos saludó de lejos y pudimos ver como asomaba una dulce sonrisa entre sus carnosos y rojos labios.

Cuando nos encontramos, nos  fundimos en un prolongado abrazo los tres. Era tan emocionante encontrarnos de nuevo que no pude reprimir una pequeña lágrima.

-.Pasad, tengo una sorpresa para vosotros...

La temperatura en el interior era muy agradable. Dos figuras de espaldas a nosotros y frente a la chimenea se dibujaban al fondo. Enseguida comprendí cual era la sorpresa: Isabel y Fernando...

jueves, 21 de octubre de 2010

LA LÁGRIMA DE OBIAJULU

Anoche me acosté tarde. No tenia sueño. Los nervios por el encuentro con Matías no me dejaban dormir. Estaba ansioso por ver a mi querido amigo. Hacía años que no nos veíamos. Manteníamos contacto por msn y por teléfono, pero en pocas ocasiones habíamos podido quedar para vernos. Las muchas conferencias que daba por todo el planeta le mantenían alejado de mí y del resto del grupo. La última vez que nos reunimos todos lo hicimos con motivo del funeral de su madre.Amalia, apareció al cabo de diez años. Cuando encontró una carta que explicaba los motivos de su huida, pero de eso hablaremos en otro momento. pasó los últimos años en un manicomio llena de dolor. Sus pupilas estaban raramente dilatadas en forma de media luna. Me tomé varias copas viendo una peli: No me acuerdo cuando me quedé dormido. Lo que sí recuerdo fue el sueño que tuve. Paseaba por una playa cuya arena era de color rosa. Era al atardecer. El sol se reflejaba en las aguas de un rosa suave formando una imagen de postal de enamorados. La bahía estaba desierta. En un momento me vi frente a un árbol formado por miles de lágrimas de amatista tan hermoso que creí que había muerto y me encontraba en el Paraiso. Enseguida comprendí que había nacido ese árbol fruto de la lágrima que un día mi amigo Obiajulu derramó en la arena. Lágrima que representaba todas las lágrimas derramadas en tantas playas por su gente, por la mía y por la de todos. En el sueño vi como una figura de mujer se acercaba a mí y me susurraba al oído algo que no entendí: Cola de dragón rosa. Después desapareció. Miré hacia el mar y pude ver también, los tristes ojos negros de mi amigo. Una fina lluvia comenzó a  caer y me nubló la vista. En ese momento desperté empapado en sudor. Un sudor frío como si la luvia del sueño me hubiera mojado.

lunes, 18 de octubre de 2010

Cabeza de león, cola de dragón.

Embriagado por la fragancia desprendida del cuadro pareció encenderse una luz en mi cerebro. Intenté seguir esta luz que acababa de invadirme. Me volví y observé en el dosel el mismo dibujo que había visto en la puerta de acceso al dormitorio. No podía pensar bien. Mi pensamiento volaba a una velocidad que producía vértigo. La habitación comenzó a girar a mi alrededor. Se inundó de luz, de repente y pude ver cada rincón, cada detalle con exactitud. Bajo mis pies, el suelo estaba alfombrado de pétalos  que desprendían diferentes olores. Podía ver como hilos de vapor subían hacia mi y me invadían. Secuestrado por tales sensaciones me dirigí hacia la chimenea de mármol blanco. En el frontal sobresalía la cabeza esculpida de un león de melena rizada con la boca entreabierta. No sé, impulsado por qué, metí una mano en la boca del felino. El suelo cedió bajo mis pies. Por suerte la caída no fue muy dura. Cuando me recobré del golpe que sufrió mi trasero, vi que me encontraba en un pasadizo oscuro. No podía ver casi nada. Los olores anteriores habían desaparecido y ahora un olor penetrante a azufre me quemaba las fosas nasales. Alargué los brazos hacia arriba para intentar salir por donde había caído, pero solo pude rozar con la punta de mis dedos la abertura circular. Palpé a mi alrededor. En un lateral había una especie de capitel. Intenté empujarlo hacia el lugar en el que mis posaderas habían dejado su marca. No pude. Pesaba demasiado. Me arrodillé y ayudándome con los pies sobre la pared lo moví unos centímetros. Así varias veces hasta que conseguí situarlo. Me subí encima. Por suerte mis brazos eran fuertes y de un impulso salí del agujero. Pensé que de nuevo me estaba metiendo sin saberlo en algún lío. Volví a meter la mano en la boca del león y el suelo se cerró.

Ya en mi habitación de forma más tranquila rebusqué de nuevo entre mis recuerdos. Allí estaba la foto con Matías mostrando la sortija. Con una lupa pude ver el grabado: dos triángulos superpuestos como dos puntas de flecha. El mismo dibujo del dosel y la puerta. Era increíble. Tal vez se tratara de una coincidencia. Tenía que comprobarlo a pesar de todo. Marqué el número de celular de Matías. Quería saber si conservaba la sortija. Habían pasado muchos años. Un hormigueo recorrió mi espina dorsal.
 No había nadie. Dejé un mensaje:

-.Hola Matías. Supongo que debes estar en alguna de tus conferencias. Llámame cuando puedas. he de contarte algo que te va a sorprender...

miércoles, 13 de octubre de 2010

Matías

Los ojos de Matías eran tristes, muy tristes. Los más tristes que recuerdo. Oscuros. Tan  oscuros que daba miedo mirarse en ellos. Contrastaban enormemente con la palidez de su rostro. Era hijo de la noche. Su madre lo engendró un día de Luna Nueva. Nunca se supo del padre. Cuando se quedó embarazada no se escondió como el resto de madres solteras. Había varias con hijos sin padre. Pero esas no salían a la calle y escondían su vergüenza. Amalia, que así se llamaba la madre de Matías, presumía de su embarazo. Decía que el padre de su hijo vendría a buscarla para llevarla con él. Dicen que era tan hermosa que los hombres quedaban embrujados por su belleza . Las verdaderas viejas brujas del pueblo la maldecían por lo bajo y escupían a su paso.  Una noche de luna llena desapareció. Dicen que la vieron dirigirse al bosque y que, una vez dentro, trazó con una rama un círculo a su alrededor y entonó un canto que asustó a los animales que vivían en esos parajes. Quien la vió dice que lo hizo por casualidad. Había salido a cazar aves nocturnas. Oyó un ruido de pisadas de ojas secas. Se asustó pensando que era el guardia forestal y se escondió tras una haya. Desde allí lo vio todo. Vio como la mujer se desnudaba a la luz de la luna. También vio como brillaban sus pechos erguidos y abiertos como ramos de jacintos. El círculo se llenó con una luz roja que en un momento le cegó los ojos. Cuando los abrió la bruja había desaparecido. Corrió como alma que lleva el diablo a refujiarse en la Iglesia. Guardó silencio durante años. Pero una noche bebió más de la cuenta y con los vapores del alcohol se le soltó la lengua. Nadie le creyó en ese momento. Cuentos de viejo borracho.

Tal vez por todo eso la mirada de matías era tan oscura y triste. Había crecido oyendo todo tipo de especulaciones. Unos decían que había escapado con su padre, que era un preso político, evadido de la cárcel. Que en su huida a América, no quisieron cargar con un niño. Otros que el padre era un joven hermoso que un día se cruzó con ella y a la sombra de los árboles consumaron el hecho. La verdad se supo muchos años después. Amalia había sido violada por el hijo del alcalde y cuatro amigos más en noche de borrachera. Los cinco murieron esa misma noche en accidente de tráfico.

Una mujer madura que no tenía hijos se hizo cargo de Matías. Intentó como pudo que el niño fuera feliz. Lo consiguió a medias. Durante dos años fue un niño uraño y meláncolico. Caminaba pegado a las paredes. Tenía miedo del sol. Sólo jugaba con nosotros al atardecer. Cuando viajábamos por las alcantarillas él no necesitaba antorcha. Sus pupilas se dilataban y podía ver en la oscuridad. Se adelantaba siempre a todos. Se le podía ver por su extrema palidez. En la oscuridad ya no tenía miedo. Se quitaba la ropa y dejaba que su cuerpo se llenara de la luz blanquecina de la luna que se filtraba por las juntas aún no soldadas.

El fue el que encontró la alaja que llevamos a Zacarías...