sábado, 4 de septiembre de 2010

Eliseo

El día de mi doce cumpleaños me levanté más temprano de lo habitual. Estaba un poco agitado, nervioso. No quería que nadie se me adelantara para ir al baño. Me miré en el espejo y observé muy despacio mi cara. Miré mis pobladas cejas, mis oscuras y largas pestañas seguían en su sitio. Los labios gruesos seguían igual que la noche anterior. El bigotillo incipiente, como una sombra. Los ojos tenían la misma profunda oscuridad. No había ningún cambio. Me bajé los calzoncillos, mi pene seguía del mismo tamaño. No vi asomo de vello en mi pubis.
Me habían mentido. Llevaba años oyendo como cuando llegara a los doce mi cuerpo empezaría a cambiar. Nada. Me desnudé por completo, subiéndome en un taburete para verme en el espejo del lavabo. No observé ninguna variación. Seguía teniendo las piernas flacas y largas. Levanté los brazos y miré las axilas. No vi nada. Estaba tan nervioso y disgustado que pasó un buen rato hasta que vi el espejo de mano. Lo tomé nervioso, las manos me temblaban un poco, me lo coloqué entre las piernas, levanté los testículos y allí estaban. Los primeros vellos negros y duros. Era tal mi alboroto que resbalé, y al agarrarme al lavabo el espejo cayó rompiéndose en dos. Vi mi cara reflejada en él con un corte que me atravesaba la cara. -Dios, mi hermana me matará por esto. -pensé. Tenía que hacer algo. Me puse a pensar. Salí al pasillo y lo envolví en papel de peródico. Miré en un cajoncito de la entrada. Mi madre siempre guardaba monedas sueltas. Tal vez alcanzara para un espejo nuevo. Las cojí. Fui a mi habitación y me vestí rápidamente. Era martes y los martes ponían el mercadillo en la plaza. Rápidamente salí sin hacer ruido.
Los primeros puestos del mercado estaban abiertos. Busqué, busqué y no ví nada. Estaba desesperado. Pronto mi hermana se levantaría...
-Te puedo ayudar...-oí a mis espaldas
Al girarme me encontré con los ojos más penetrantes que nunca había visto.  Tan hechizantes...Un escalofrío recorrió mi espina dorsal. Eran dos Esmeraldas tan bellamente talladas...la imagen de la virgen Macarena, las verdes piedras preciosas que adornaban su pecho... Me quedé mudo.
-Te pasa algo?-preguntó. Era un muchacho bellísimo. Su cabello caía finamente sobre los hombros como filamentos de fino oro. Era mayor que yo. Por lo menos tendría trece años. La piel de su cara era rosada, como nacarada. Ni una pequeña sombra manchaba tal perfección.
Le mostré el espejo roto.
-Tienes otro igual?-pregunté
Al cojerlo su mano rozó la mía y un remolino turbulento recorrió mis venas. Me asusté, no sabía que estaba pasando. Temía que de un momento a otro echaría a correr y así fue. Mis pies volaron y cuando me quise dar cuenta estaba en lo alto de una loma desde donde se veía el mercadillo. Me sentía aturdido y me dejé caer sobre la hierba verde. Otra vez la palabra verde. Lloré sin saber por qué...

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