Hablé a Eliseo acerca de mi cita con Matías. Lo que no le conté fue que había quedado con él para hablarle del asunto que me tenía en vilo. Matías poseía una de las mentes más lúcidas que yo conocía y era un experto en sucesos paranormales. Nadie como él para encontrarle sentido a lo que me estaba ocurriendo. No en vano llevaba años recorriendo el mundo hablando de este tipo de casos. Estaba seguro de que podría ayudarme. No le puse en antecedentes, sólo le pedí que trajera el anillo que encontramos cuando éramos adolescentes. Por suerte aún lo conservaba.
En el último momento Eliseo dijo que me acompañaría. Que había pedido el día libre en el Geriátrico. El también tenía ganas de ver a Mati. La noche anterior me acompañó en mi borrachera y me hizo el amor como hacía mucho. Tal vez el revivir momentos de tiempos en los que fuimos inmensamente felices le puso eufórico o talvez fue producto del alcohol.
Decidimos ir en su coche. A mí no me gusta conducir y aprovecho siempre que puedo para ir en el asiento de al lado. Habíamos quedado para pasar el fin de semana en la casa que Mati posee en la montaña. Estaba situada en una loma con unas vistas impresionantes a un valle.
Cuando llegamos estaba atardeciendo. El sol se estaba ocultando. Los débiles rayos que desprendía se reflejaban sobre los ocres y amarillos de las ojas caídas de los árboles y de las que aún luchaban por permanecer en las ramas. Era un espéctaculo maravilloso ver los colores del otoño. Los árboles se desnudaban y dejaban caer sus hojas como dorados copos de nieves. Como el confetti de una fiesta de bienvenida. Era como si la alegría que sentíamos por ver a nuestro amigo se la transmitiéramos a la naturaleza y esta nos lo agradecía saludándonos a nuestro paso.
Bajo el porche pude distinguir la figura de nuestro amigo. A pesar de no lucir ya el sol, llevaba unas gafas oscuras para proteger sus ojos. Esos ojos, que en más de una ocasión nos habían salvado de caer en alguna trampa.
Nos saludó de lejos y pudimos ver como asomaba una dulce sonrisa entre sus carnosos y rojos labios.
Cuando nos encontramos, nos fundimos en un prolongado abrazo los tres. Era tan emocionante encontrarnos de nuevo que no pude reprimir una pequeña lágrima.
-.Pasad, tengo una sorpresa para vosotros...
La temperatura en el interior era muy agradable. Dos figuras de espaldas a nosotros y frente a la chimenea se dibujaban al fondo. Enseguida comprendí cual era la sorpresa: Isabel y Fernando...
Cuando llegamos estaba atardeciendo. El sol se estaba ocultando. Los débiles rayos que desprendía se reflejaban sobre los ocres y amarillos de las ojas caídas de los árboles y de las que aún luchaban por permanecer en las ramas. Era un espéctaculo maravilloso ver los colores del otoño. Los árboles se desnudaban y dejaban caer sus hojas como dorados copos de nieves. Como el confetti de una fiesta de bienvenida. Era como si la alegría que sentíamos por ver a nuestro amigo se la transmitiéramos a la naturaleza y esta nos lo agradecía saludándonos a nuestro paso.
Bajo el porche pude distinguir la figura de nuestro amigo. A pesar de no lucir ya el sol, llevaba unas gafas oscuras para proteger sus ojos. Esos ojos, que en más de una ocasión nos habían salvado de caer en alguna trampa.
Nos saludó de lejos y pudimos ver como asomaba una dulce sonrisa entre sus carnosos y rojos labios.
Cuando nos encontramos, nos fundimos en un prolongado abrazo los tres. Era tan emocionante encontrarnos de nuevo que no pude reprimir una pequeña lágrima.
-.Pasad, tengo una sorpresa para vosotros...
La temperatura en el interior era muy agradable. Dos figuras de espaldas a nosotros y frente a la chimenea se dibujaban al fondo. Enseguida comprendí cual era la sorpresa: Isabel y Fernando...




Al día siguiente me encontraba mucho mejor. Pero a pesar de eso..."No puedo creer que todo haya sido un sueño. Era demasiado real. La dama del cuadro parecía ser la misma dama misteriosa de la playa. Tengo que volver a verla. El retrato era tan realista...la cama estaba aún caliente". Estos pensamientos se repetían una y otra vez. Una gran ansiedad se apoderó de mí. Aproveché que Eliseo no estaba para levantarme. Al hacerlo me mareé. Aún me dolía un poco la cabeza. Cojí una caja que guardaba al fondo del armario de mi dormitorio. Desaté la cuerda con que estaba atada y saqué un fajo de fotos. Busqué la que necesitaba. Mi mente no podía encontrar una explicación. Esa foto fue tomada hace dos años. No podía ser que parte se hubiera borrado. Era todo tan extraño. Yo juraría que en la fotografía salía la señora con su sombrilla. ¿Sería todo fruto de mi mente? Llevé la foto al baño y la sumerjí en agua tibia. Tal vez el revelado no había fijado bien, tal vez, no se aclaró y los restos de revelador borraron la imagen. Al mojarla se veía como una sombra alargada en un lateral. De fondo el mar. Puse a secar la la foto. Y me vestí.
